A pesar de los fans puros y duros que acampan desde hace varios días a los accesos del Zenit de Lille, Tokio Hotel no escapa de la cultura zapping de los adolescentes. El concierto del grupo alemán, previsto esta noche, está lejos de estar completo.
A la primera ojeada, nos decimos que se fue de nuevo para una vuelta, que una nueva ola de histerismo se enganchó, que el aura del grupo es intacta. Están allí en los accesos de la sala. Primeras llegadas, el último miércoles, con su material de campamento. Un escuadrón de fans que desembarca crescendo con la intención firme de estar en primera fila para los bellos ojos de Bill Kaulitz y sus acólitos. "Ayer por la noche, contábamos cincuenta y cinco tiendas y una centena de personas. Es muy delicado porque se tiene una responsabilidad grande como humano, indica Aurélien Binder, el director del Zenit de Lille. Previnimos las fuerzas del orden y la prefectura con el fin de que los jóvenes sean encuadrados en las mejores condiciones. Las rondas son colocaciones cada dos hora".
Vienen de todas partes. Se organizan con arreglo a las fechas del concierto. Se ayudan mutuamente para subvenir a las necesidades vitales. Lanzan tests sobre formación para matar la espera. Y, lo más sorprendente, hacen novillos con la bendición de los padres. ¿Por qué no se deciden éstos a controlar esta Tokiomania que hace dar vueltas a la cabeza de los dependientes? "Es totalmente irresponsable de su parte dejar a los menores irse a solas por Francia y Europa. Estamos en pleno centro de la ciudad, puede pasar cualquier cosa", se subleva Aurélien Binder.
Esto no impide que esta actitud extremista se revela ser el árbol que esconde el bosque. La popularidad de Tokio Hotel está en caída libre. En el último recuento, se han vendido 3.600 plazas. Muy lejos de lo rompedor de octubre de 2007 cuando las entradas se habían agotado a la velocidad del rayo. Acta idéntica para los discos. Solamente 70.000 ejemplares para el último opus Humanoid contra 215.000 para Zimmer 483. ¿ Un placer ya pasado de moda para parafrasear a Charles Aznavour? "Los fans evolucionan, pasan a otra cosa. Sobre el plano cultural y emocional, esto va y esto viene a la edad. Pero estamos sorprendidos por ver que las cifras hayan bajado tanto. Ninguna fecha está completa en la provincia y Bercy tampoco será agotado totalmente", confía Guénaël Geay, director de marketing internacional de la discográfica Polydor. A la era del nerviosismo del zapping y de la urgencia fútil, los quinceañeros cambian de grupo como de guardarropa. Es la edad de todo lo posible. Echamos a las ortigas lo que antes adulamos. Porque hay que estar pegado a la moda del momento. Todo es tratado en el mismo sitio del olfato, el sentido, el delirio, el aspecto, la imagen. Y sobre todo del atragantamiento efímero.
Las chicas que se desvanecían desde la menor aparición del grupo, que tapizaban su habitación de pósteres, que coleccionaban frenéticamente cada objeto en la imagen de la formación, encontraron otros zapatos a sus pies. Cumplen en lo sucesivo su iPod de canciones de Lady Gaga o de Black Eyed Peas. Hasta el nuevo aspecto capilar del cantante Bill Kaulitz no tuvo su efecto contado para redorar el escudo del grupo. Él que había confundido la toma eléctrica con secador para levantar una cresta de gallina. "Hay que guardar en la cabeza que Tokio Hotel queda en un caso extraordinario, precisa Guénaël Geay. Lo que pasó excepcional es porque era el primer grupo alemán que se exportaba de esa manera".
Se dice que el show visualmente será pasmoso con una estructura gigantesca y escénica, escaleras, pasarelas y efectos pirotécnicos. Posiblemente los últimos fuegos artificiales antes de nadar en las aguas fangosas de casi nada.
A la primera ojeada, nos decimos que se fue de nuevo para una vuelta, que una nueva ola de histerismo se enganchó, que el aura del grupo es intacta. Están allí en los accesos de la sala. Primeras llegadas, el último miércoles, con su material de campamento. Un escuadrón de fans que desembarca crescendo con la intención firme de estar en primera fila para los bellos ojos de Bill Kaulitz y sus acólitos. "Ayer por la noche, contábamos cincuenta y cinco tiendas y una centena de personas. Es muy delicado porque se tiene una responsabilidad grande como humano, indica Aurélien Binder, el director del Zenit de Lille. Previnimos las fuerzas del orden y la prefectura con el fin de que los jóvenes sean encuadrados en las mejores condiciones. Las rondas son colocaciones cada dos hora".
Vienen de todas partes. Se organizan con arreglo a las fechas del concierto. Se ayudan mutuamente para subvenir a las necesidades vitales. Lanzan tests sobre formación para matar la espera. Y, lo más sorprendente, hacen novillos con la bendición de los padres. ¿Por qué no se deciden éstos a controlar esta Tokiomania que hace dar vueltas a la cabeza de los dependientes? "Es totalmente irresponsable de su parte dejar a los menores irse a solas por Francia y Europa. Estamos en pleno centro de la ciudad, puede pasar cualquier cosa", se subleva Aurélien Binder.
Esto no impide que esta actitud extremista se revela ser el árbol que esconde el bosque. La popularidad de Tokio Hotel está en caída libre. En el último recuento, se han vendido 3.600 plazas. Muy lejos de lo rompedor de octubre de 2007 cuando las entradas se habían agotado a la velocidad del rayo. Acta idéntica para los discos. Solamente 70.000 ejemplares para el último opus Humanoid contra 215.000 para Zimmer 483. ¿ Un placer ya pasado de moda para parafrasear a Charles Aznavour? "Los fans evolucionan, pasan a otra cosa. Sobre el plano cultural y emocional, esto va y esto viene a la edad. Pero estamos sorprendidos por ver que las cifras hayan bajado tanto. Ninguna fecha está completa en la provincia y Bercy tampoco será agotado totalmente", confía Guénaël Geay, director de marketing internacional de la discográfica Polydor. A la era del nerviosismo del zapping y de la urgencia fútil, los quinceañeros cambian de grupo como de guardarropa. Es la edad de todo lo posible. Echamos a las ortigas lo que antes adulamos. Porque hay que estar pegado a la moda del momento. Todo es tratado en el mismo sitio del olfato, el sentido, el delirio, el aspecto, la imagen. Y sobre todo del atragantamiento efímero.
Las chicas que se desvanecían desde la menor aparición del grupo, que tapizaban su habitación de pósteres, que coleccionaban frenéticamente cada objeto en la imagen de la formación, encontraron otros zapatos a sus pies. Cumplen en lo sucesivo su iPod de canciones de Lady Gaga o de Black Eyed Peas. Hasta el nuevo aspecto capilar del cantante Bill Kaulitz no tuvo su efecto contado para redorar el escudo del grupo. Él que había confundido la toma eléctrica con secador para levantar una cresta de gallina. "Hay que guardar en la cabeza que Tokio Hotel queda en un caso extraordinario, precisa Guénaël Geay. Lo que pasó excepcional es porque era el primer grupo alemán que se exportaba de esa manera".
Se dice que el show visualmente será pasmoso con una estructura gigantesca y escénica, escaleras, pasarelas y efectos pirotécnicos. Posiblemente los últimos fuegos artificiales antes de nadar en las aguas fangosas de casi nada.
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